Pienso, leo, escribo, luego existo. Profr. Víctor Manuel Uribe Aguilar.

Espacio con lecturas seleccionadas para la educación primaria en los géneros literarios de cuento, leyenda, fábula, poesía. Esperamos tus producciones escritas y dibujos.

martes, 11 de junio de 2024

 Poesía.

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 La Llorona

Esta leyenda ocurrió en la época de fin de la conquista e inicios del periodo Virreinal, la Ciudad

de México, continuando con su tradición mantenían el nombre de la Cuidad de los Palacios -

nombre acuñado siglos más tarde por Von Humboldt-, en esos tiempos subsistían sus

magníficos lagos; Texcoco, Xochimilco, Chalco, Xaltocan, Zumpango, irrigados por las nieves

derretidas de los imponentes volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl y por sus sierras que

conforman nuestro Valle de México.

De las pirámides y los templos destruidos de la gran Tenochtitlan emergían los nuevos palacios

de arquitectura española con rasgos de la insipiente cultura mestiza novohispana. Con las

piedras de las construcciones Aztecas se levantaban los nuevos edificios.

Las calles del Zócalo o Centro de la Nueva España aún se encontraban con acequias y

grandes y bien conservados canales, recordemos que durante el periodo Azteca era más fácil

transitar por la ciudad a través de canoas.

Otro de los rasgos distintivos de la Ciudad eran sus productivas chinampas, las cuales en ese

momento tenían dos funciones principales; por una parte, proveer de alimento a la cuidad a

través de las cosechas en sus fértiles tierras extraídas de las profundidades del lago y por otra

parte eran nuevas tierras para uso habitacional.


Las mujeres indígenas conservaban su belleza innata, enormes ojos negros, cuerpos sanos y

fértiles, entereza en el carácter, con una mirada profunda impregnada de misticismo y candor,

que incita a cualquier hombre a transitar con ella por la vida.

La Llorona fue una mujer hermosa descendiente de la orgullosa raza mexica o azteca, que por

azares del destino se cruzó en el camino de un hidalgo español, y al conocerlo intimas fibras

de su corazón se estremecieron, la leyenda de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, volvió a

su mente, el enigmático hombre barbado de ojos azules y piel blanca con sus enseñanzas y

su infinita bondad; la estremecieron.

Y el hidalgo español y la hermosa indígena azteca dejaron de lado todas las

convencionalidades, costumbres y tradiciones sociales para ser únicamente un hombre y una

mujer que se amaron de manera irreflexiva, irracional, profunda, luego conocerse.

Y en el seno de su nuevo hogar todo funcionaba bien, ambos se sentían plenos el uno junto al

otro, se querían y se respetaban, en su casa se respiraba un mágico ambiente que llegó a

culminar cuando nacieron sus hijos, sí sus hijos eran el resultado del mestizaje, mescla de

razas; que con el paso del tiempo daría origen a la nueva identidad mexicana, no éramos ni

totalmente indígenas ni totalmente españoles.

Aquella mescla de razas no era del todo aceptada socialmente, es probable que también ellos:

tanto la Llorona, como el padre de sus hijos; el español, se cuestionaran por momentos su

lealtad hacia su gente, su pertenencia a su raza.

Él siempre fue un padre amoroso y tierno con sus hijos a quienes adoraba por sobre todas las

cosas, al interior de su morada prevalecía la alegría y felicidad.


Al dedicarse a sus menesteres el español recordaba que su llegada a las nuevas tierras

conquistadas obedecía al interés por lograr triunfar en la vida, mejorar su hacienda, acumular

bienes y riquezas y retornar ya sea de visita o por temporadas con un hombre exitoso a

España, su madre patria.

Porque en la madre patria lo aguardaba su familia, sus padres, sus hermanos, sus amigos, su

prometida.

Porque el español desde siempre fue un hombre comprometido, en España lo aguardaba una

hermosa y núbil mujer, de tez blanca con rizos de oro y mejillas del color ocre durante los

veranos cuando los rayos del sol acariciaban su faz, mujer que esperaba con ansias su retorno

o remontar allende el horizonte a través de un barco para arribar a las tierras prometidas y con

su futuro marido.

De pronto el carácter del español empezó a transformarse, inexplicablemente se mostraba

irritable y taciturno todo el tiempo, se ensimismaba en sus pensamientos y ligeras y raudas

nubes grises cruzaban por sus ojos de cielo, algo en él estaba sucediendo y la Llorona no

lograba descifrar el misterio que envolvían sus cambios repentinos de humor, sin embargo, su

amor por sus hijos no declinaba en lo más mínimo.

No era rumor, era una afirmación, todos en la ciudad sabían que pronto se celebraría una

suntuosa boda, la catedral erigida sobre el templo mayor sería la cede donde se realizaría la

boda del exitoso español y la hermosa prometida que llegaría de España justo el día en que

se unirían en el sacramento del matrimonio, ella llegaría en la víspera con su nada despreciable

dote.

La Llorona sabía que el padre de sus hijos construía un enorme palacio, que estaba casi por

concluir, pero él, no permitía que se inmiscuyera en sus asuntos, sabía porque eran

acontecimientos un tanto habituales la celebración por esos días de una boda más de un

español con su prometida que llegaría de España, por supuesto que sufría en silencio los

cambios repentinos de humor de su español, observaba las miradas de desprecio y burlonas

de sus vecinas, sin embargo, se mantenía serena y altiva, con la altivez propia de su raza.

Aquella tarde todo era fiesta y colorido, carruajes con comerciantes y hombres de negocios,

gente acaudalada y triunfadora de todo el país, mineros, misioneros, obispos y gente ilustrada

mayormente criollos, asistirían a la boda, la gente del pueblo por ser fin de semana se

encontraba engalanada con sus vestimentas domingueras.

La Llorona también se arregló y preparó a sus hijos para acercarse y observar de lejos aquella

tan mencionada boda. Porque ella no formaba parte de los círculos sociales de las clases

adineradas, pero eso la tenía sin cuidado, ella era feliz, así, con la vida que llevaba, sin lujos

excesivos, pero sin carencias significativas.

Cuando los vio, por un momento no podía dar crédito a lo que veía, la vista se le nubló por el

llanto, una infinidad de sentimientos cruzaron por su corazón; rabia, ira, frustración, un dolor

agudo la sofocó, sus hijos no entendían lo que le pasaba a su madre y rompieron a llorar con

un llanto incomprensible, lágrimas que ofuscaban aún más la exigua razón de la Llorona. Por

supuesto que creía que todo era un mal sueño, deseaba despertar de esa pesadilla, y corrió a

su casa y arrastró con ella a sus hijos. Y al llegar a su hogar se dirigió sus aposentos y continuó


con su amargo dolor. Casi como en un sueño, la lluvia irrumpió en la Ciudad, las calles se

anegaron, el lodo y los truenos destellaban en el ambiente, y ella tomó a sus hijos llevándolos

por esas calles solitarias y obscuras, cruzó canales y se situó a la orilla de lago en donde la

luna se reflejaba mostrando su lado obscuro, las aguas casi siempre tranquilas se mostraban

inquietas, como si presagiarán un desenlace inédito, y la Llorona ciega y sorda a las palabras

y al llanto angustiado de sus hijos, se internó en las aguas del lago, sujetando firmemente las

manitas de sus hijos caminó hasta que las aguas cubrieron totalmente los cuerpos agitados de

sus vástagos, hasta que dejaron de luchar por sus vidas, solo entonces ella los soltó y

sumergida en un su propio delirio caminó nuevamente hacia la horilla, sus ropas se pegaban

a su cuerpo y de pronto despertando de su sopor, la realidad emerge cruda y objetiva. Sus

hijos, dónde están sus hijos, se mira las manos aun cálidas, se toma los cabellos, voltea hacia

todos lados y no están, las aguas del lago parecen más agitadas con las gotas de lluvia

semejantes a piedras o guijarros que golpeaban inclementes todo al rededor. Por más que

gritó, por más que lloro, por más que imploró, sus hijos no aparecieron por ningún lado.

En las noches de lluvia, cuando el viento arrecia, cuando la población se encuentra guarecida

en sus casas, aún hoy en días se escucha un terrible lamento, un grito, que eriza la piel: -Ay

mis hijos, quién se los llevó.


México.

Uribe Aguilar Víctor Manuel.

 Poesía. https://drive.google.com/file/d/1EtywQ5NOJyjiKplmGmaPRZMy0NVi9diS/view?usp=sharing